4 de Enero 2004

Tarjetas de crédito: ¿de dónde sacan su poder?

Salí de casa sin intención de gastar nada, pero mi tarjeta de crédito me traicionó, con premeditación y alevosía, pero no fue la única, tuvo un cómplice en el delito: el impulso; sí, sí, el impulso que me lleva a comprar cosas que no necesito realmente.
Me explicaré: iba con una amiga (llamémosla Noelia) por una gran superficie (y no me refiero a una larga mesa ni una gran alfombra, sino a la fnac), ella vio un programilla de ordenador (llamémosle ‘equis’) y nos acercamos raudas a verlo de cerca. Ella lo quería comprar. Yo no. Lo cogí en mis manos. Le di la vuelta. Había una foto que me gustaba. Sólo pude decir dos frases: “es caro para lo que es” y “hoy he cobrado, me lo puedo permitir” (de acuerdo, son tres frases). Nada más dar un paso me di cuenta que era una compra impulsiva y, por suerte, recapacité: no llevaba dinero encima, podía devolverlo sin tener que cerrar los ojos para aguantar la tentación de comprarlo, pero entonces apareció ella en escena: la bombilla de mi cabeza, un neón se iluminó “tienes la tarjeta de crédito, úsala”, me sentía como Frodo cargando con el anillo, el programa me dominaba, debía comprarlo, era mi obligación, me estaba llamando. Y caí (metafóricamente, quiero decir). Lo compré. Con la tarjeta. Pude ver el logo de la Caixa riendose de mi cuando volvía a guardarlo en la cartera “has vuelto a caer” me decía “y sabes que no es la última vez” y luego soltaba una risa malévola, miré alrededor, pero nadie lo había oído: las tarjetas no hablan.
Un poco más tarde entramos a una tienda de juguetes porque mi amiga (seguiremos manteniendo su anonimato) quería comprar un puzzle. Había un par muy bonitos, ¡¡vistas panorámicas de Manhattan que brillan en la oscuridad!! Si acaso creéis que no pude vencer mis impulsos os equivocáis: ésta vez ni siquiera intenté luchar contra ellos. Me he comprado un puzzle para el cual no tengo sitio hasta que esté montado ¿y cómo lo voy a montar si no tengo sitio?. Y otra vez oí la voz en mi cabeza, mi tarjeta se reía de mí, así que me he enfadado con ella y la he castigado a quedarse en casa un par de días, no sea que le de por irse con otro.
Por cierto, al final mi amiga no se compró nada. Ella no llevaba encima la tarjeta.

Escrito por Tere Win a las 4 de Enero 2004 a las 01:54 AM
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