Yo también tengo carta a los reyes, por supuesto. Dice así:
Hola, soy Tere y quisiera saber porqué todavía no me ha llegado la invitación de boda. Les deseo mucha suerte a su hijo y su futura nuera para que ningún pajarillo con el estómago revuelto les fastidie el viaje en carroza descubierta.
Atentamente, Tereza con zeta.
Bueno, también tengo una mini carta para los reyes magos :D
Queridos reyes magos:
Soy Tere, de Barcelona. Supongo que habrás recibido la carta de mi socia Noelia, sólo debo ratificar lo que ha pedido para mi, con un Billy Boyd me conformo (adjunto foto), o sino traeme cualquiera de los otros tres hobbits (foto aquí), y podeis traerlo(s) directamente a mi casa, que ya me ocuparé de enseñar a Palomina (también adjunto foto) a abrir la puerta. También me solidarizo con la petición de una nueva temporada de Friends, y que lleguen a España las que faltan por salir en dvd. Tampoco estaría de más que Manga Films continuase sacando los dvds de Monty Phyton, que se han quedado clavados en el capítulo 40 :(
Y ahora me voy a ver 7 vidas, que por fin vuelve. Si eso luego sigo con la carta, queridos reyes.
Salí de casa sin intención de gastar nada, pero mi tarjeta de crédito me traicionó, con premeditación y alevosía, pero no fue la única, tuvo un cómplice en el delito: el impulso; sí, sí, el impulso que me lleva a comprar cosas que no necesito realmente.
Me explicaré: iba con una amiga (llamémosla Noelia) por una gran superficie (y no me refiero a una larga mesa ni una gran alfombra, sino a la fnac), ella vio un programilla de ordenador (llamémosle equis) y nos acercamos raudas a verlo de cerca. Ella lo quería comprar. Yo no. Lo cogí en mis manos. Le di la vuelta. Había una foto que me gustaba. Sólo pude decir dos frases: es caro para lo que es y hoy he cobrado, me lo puedo permitir (de acuerdo, son tres frases). Nada más dar un paso me di cuenta que era una compra impulsiva y, por suerte, recapacité: no llevaba dinero encima, podía devolverlo sin tener que cerrar los ojos para aguantar la tentación de comprarlo, pero entonces apareció ella en escena: la bombilla de mi cabeza, un neón se iluminó tienes la tarjeta de crédito, úsala, me sentía como Frodo cargando con el anillo, el programa me dominaba, debía comprarlo, era mi obligación, me estaba llamando. Y caí (metafóricamente, quiero decir). Lo compré. Con la tarjeta. Pude ver el logo de la Caixa riendose de mi cuando volvía a guardarlo en la cartera has vuelto a caer me decía y sabes que no es la última vez y luego soltaba una risa malévola, miré alrededor, pero nadie lo había oído: las tarjetas no hablan.
Un poco más tarde entramos a una tienda de juguetes porque mi amiga (seguiremos manteniendo su anonimato) quería comprar un puzzle. Había un par muy bonitos, ¡¡vistas panorámicas de Manhattan que brillan en la oscuridad!! Si acaso creéis que no pude vencer mis impulsos os equivocáis: ésta vez ni siquiera intenté luchar contra ellos. Me he comprado un puzzle para el cual no tengo sitio hasta que esté montado ¿y cómo lo voy a montar si no tengo sitio?. Y otra vez oí la voz en mi cabeza, mi tarjeta se reía de mí, así que me he enfadado con ella y la he castigado a quedarse en casa un par de días, no sea que le de por irse con otro.
Por cierto, al final mi amiga no se compró nada. Ella no llevaba encima la tarjeta.